Tampoco tuvo una idea brillante que explotó por casualidad.
Lo suyo fue más duro:
una infancia marcada por etiquetas,
un diagnóstico de TDAH que vivió como condena,
trabajo duro desde los 12
y noches durmiendo en un coche con deudas.
Ahí, tocando fondo, algo cambió.
Aceptó que su situación era fruto de decisiones propias.
Y entendió que, si quería cambiar su vida,
tenía que cambiar su forma de pensar.
Dejó de buscar validación
y se obsesionó con formarse: libros, mentorías, referentes reales.
Lo que creía un defecto —su hiperfoco, impulsividad, forma distinta de ver las cosas—
se convirtió en su mayor ventaja.
Montó negocios, fracasó, volvió a empezar.
Hasta que encontró el sector inmobiliario
y decidió hacer las cosas con alma.
Así nació Vipkel:
una agencia donde las personas valen tanto como los números.
Primero trabajó su mentalidad.
Después, diseñó un sistema replicable, automatizó procesos
y se centró en lo más importante: liderar personas.